Una acalorada discusión con amigas en una pizzería de Chacarita fue el puntapié inicial que necesitó Romina Zanellato para ponerse a pensar en este libro que terminaría siendo Brilla la luz para ellas. Una historia de las mujeres en el rock argentino (1960-2020).
Publicado por Marea Editorial, el escrito responde -entre otros interrogantes- quiénes fueron las pioneras, cuál fue la tradición rockera femenina que se fue gestando desde los años ‘60 hasta el presente y por qué la historia casi no registra a las mujeres del movimiento.
Con el objetivo de narrar por primera vez en forma integral la participación de las mujeres en nuestro rock, la autora encaró una investigación para poner el foco en la historia de ellas, las que estuvieron allí desde el principio, y las opresiones que sufrieron para poder hacer su música.
Por el libro pasan nombres casi olvidados, como los de Cristina Plate, Gabriela, Carola, Mirtha Defilpo y también los más conocidos, como María Rosa Yorio, Fabiana Cantilo, Celeste Carballo, Patricia Sosa y Andrea Álvarez, entre tantos otros.
En diálogo por correo electrónico con Infobae Cultura, Zanellato contó qué le disparó escribir sobre estas mujeres, qué va a encontrar el lector en el libro, qué la llevó a indagar en las historias de periodistas de rock, mánagers, fotógrafas y técnicas, y también analizó el presente del movimiento y el rol de ellas en la actualidad.
– En el comienzo del libro contás que te apareció en la cabeza la idea de este trabajo después de una discusión con amigas en una pizzería. ¿Qué recordás de esa noche? ¿Qué fue lo que te hizo un click para querer sumergirte en la historia de las mujeres en el rock argentino?
– Cuando vas entrando en los feminismos, cuando empezás a pensar en las oportunidades que tuviste, que tuvieron tus amigas, las mujeres o feminidades que conocés, cuando empezás a repensar tu historia, lo que conocés, lo que te dijeron, lo que leíste y lo reflexionás con una perspectiva feminista todo cambia. Con esas amigas tenemos un medio de comunicación (Latfem) donde tenemos un compromiso con la memoria feminista. Creemos que es responsabilidad de todas y todes contar nuestras historias. Sea del tema que sea, todo tiene una historia oficial narrada desde la perspectiva del varón, y si no hay mujeres o disidencias es porque no tuvieron la posibilidad de contar lo que vivieron, no porque no estuvieron ahí.
Parte de la responsabilidad de ser periodista feminista es contar esas historias, preguntarse: ¿Quiénes fueron las pioneras? ¿Quiénes estuvieron antes de nosotras? ¿Quiénes contribuyeron para que yo estuviera acá? Porque no sólo hablo de músicas, también de periodistas de música. Si a mí me publican un libro sobre la historia de las mujeres, si yo pude escribir una tapa de Rolling Stone, es porque hubo otras antes que yo, porque hay un contexto que posibilita que así sea. Hay interés, hay decisión política, hay un movimiento que lo reclama.
No puedo ser periodista feminista y no saber la historia de las mujeres en el rock argentino. Sentí una irresponsabilidad de mi parte y todo eso me quedó resonando en mí hasta que busqué y busqué información y me di cuenta que no había nada así. En los libros de rock -como en otras producciones que repasan la historia del rock nacional- las mujeres son nombradas de manera muy superficial. No existía el libro que yo necesitaba leer, así que decidí escribirlo y por suerte Marea decidió editarlo.
– ¿Qué van a encontrar los lectores en las páginas de Brilla la luz para ellas?
– Lxs lectores van a encontrar una historia de las mujeres en el rock argentino. Digo una historia y no la historia porque es contada desde una perspectiva, que es la feminista. La historia de los movimientos sociales, el contexto político y la industria de la música se va trenzando con las historias de todas estas mujeres, lesbianas y feminidades que abarco en el libro desde 1960 hasta el 2019, donde Marilina Bertoldi gana el Gardel de Oro y al recibirlo dice: “Es la primera vez que lo gana una lesbiana”.
Para explicar ese discurso político debía explicar cómo los feminismos fueron calando en la sociedad hasta llegar a la música y al escenario más mainstream de la industria.
– El recorrido arranca con las pioneras del movimiento a fines de los ’60. ¿Qué descubriste al investigarlas? ¿Qué tan difícil fue para ellas insertarse en un mundo tan machista como el rock?
– Las primeras que encontré en los relatos de rock fueron un puñado de amigas, novias, musas, groupies, fans de esos grupos o primeras bandas de rock nacional y muestro cómo fueron retratadas. Parecía que en los últimos años de los ’60 había mujeres haciendo arte plástico, cine, teatro, escribiendo, pero no estaban en la escena del rock.
En los ’70, las primeras músicas que tienen acceso a grabar sus canciones y sacar un disco fueron las que estaban en pareja con músicos ya reconocidos, pero ni bien se separaron no pudieron grabar de nuevo o por mucho tiempo. Creo que a ellas, tanto como a las demás a lo largo de la historia, lo que les costó es que los músicos con los que trabajaran respetaran sus decisiones artísticas y no se las cuestionaran.
En el caso de Gabriela, la primera en sacar un disco, la más aceptada de todas en el ambiente, ella fue -y aún lo es- muy reconocida por ese primer disco que publicó con su pareja de entonces, Edelmiro Molinari, y casi que se desconoce toda su discografía posterior donde él no participa. Una discografía rica y valiosa, pero postergada del reconocimiento. Esto mismo le pasó a varias más que relato en el libro, una idea de que los discos se los hacían las parejas y no ellas, cuando en realidad lo que pasaba es que no contaban con la posibilidad de acceder a un estudio de grabación. El famoso techo de cristal.
– Es en los ’80 cuando las mujeres empiezan a tener un rol más protagónico en la escena rockera nacional. Aparecen Fabiana Cantilo, Hilda Lizarazu, Celeste Carballo y Patricia Sosa, entre otras. ¿Pensás que fue en esa década cuando el movimiento del rock argentino empieza a reconocer y valorar a las mujeres o ese reconocimiento vino mucho después?
– Esa es la época dorada donde parecía que todo era posible. Algo que muchas de las músicas me comentaron es que había una disposición a la exploración musical entre todes, a la colaboración entre músiques, que era muy rica. Un diálogo y una conversación entre músicas y músicos muy interesante.
Lo que yo creo es que cuando el rock nacional se convirtió en un negocio millonario durante los ’90, donde los medios de comunicación y las grandes corporaciones empezaban a invertir y ganar millones de dólares, las decisiones empezaron a tomarse en oficinas con varones de traje y no entre amigues en una sala de ensayo. Los que elegían cómo eran las reglas del mercado eran esos empresarios, y por algo muchas de ellas hicieron sus caminos desde la independencia, para tener el dominio de sus creaciones artísticas, para que no las forzaran a hacer “lo vendible”.
– Además de las artistas, en el libro recuperás historias de mujeres periodistas de rock, mánagers, fotógrafas y técnicas. ¿Qué te llevó a indagar en esas otras mujeres?
– Pienso al rock como un ecosistema. Lo que está sobre el escenario es una parte de una gran cadena de producción y creación que me fascina. Si es difícil lograr estar en los grandes escenarios para una música mujer, imaginate estar detrás de las perillas para una sonidista.
Los roles de género estereotipados, el machismo y la violencia que hay (o había) en los espacios más técnicos es demencial. No es una conquista completa la de que haya más mujeres sobre el escenario si detrás de él no hay más puestos de trabajo para las feminidades. Son decisiones políticas que me interesaban retratar y que hacen no sólo a la cadena de producción, también a esos modelos vinculares dentro del rock que ya están vencidos.
– Uno de los objetivos que te propusiste fue reivindicar a aquellas que estuvieron ahí y descubrir las opresiones que sufrieron para hacer su música. ¿Qué aspectos descubriste y que quizás no tenías en cuenta antes de la investigación?
– No pensé que incluso aquellas más reconocidas, idolatradas, cantadas, fueron víctimas de esas imposiciones masculinas, de violencias y de que no respetaran sus deseos artísticos. Todas recibieron las dos frases del horror: “Mujeres ya tengo fichadas” y “las mujeres no venden”.
Las dos son ridículas, ¿por qué no podés tener más de una mujer en tu sello o en tu festival?, ¿quién dijo que la música de mujeres no vende si nadie invierte en ellas? Todo eso, por suerte, ya cambió. La ley de cupo y la escena independiente que forjaron las músicas hizo que quedara demostrado que son dos frases machistas, sin argumentos reales.
– ¿Qué fue el rock para estas mujeres? Sobre todo para las pioneras del movimiento…
– El rock es la música más hermosa del mundo y lo que más les gusta hacer.
– La última es cómo ves el movimiento hoy y, en especial, a las mujeres del movimiento. Cada vez son más y más reconocidas también. Por ejemplo, como decías antes, Marilina Bertoldi recibió un Gardel de Oro…
– Desde la masividad que las distintas corrientes del feminismo ganaron a partir del “Ni una menos” en 2015 y la organización de mujeres, lesbianas, trans, travestis, no binaries, la escena musical creció de manera exponencial. Parte del despertar político de tantas personas tiene como corolario la organización de nuevos espacios, de nuevas formas de hacer las cosas, de darle oportunidades a más y más artistas.
Esto, por supuesto, es el resultado de décadas de lucha, no sólo por parte de las músicas, también por parte de las militantes feministas. El presente es muy auspicioso y escuchar estas nuevas narrativas, estos nuevos proyectos musicales, es lo más revolucionario que le pasó al rock en muchos años.