Cuestión de suerte. Un sistema de sonido que no funciona hasta que, minutos antes del concierto, alguien invoca a Osvaldo Pugliese y todo se pone en marcha para el show.
Un estudio de grabación que está por perder todo el registro reciente de un artista hasta que al técnico se le ocurre renombrar los archivos de la computadora con la palabra Pugliese; y todo se soluciona. Un ángel agnóstico llamado Osvaldo, que nació en Villa Crespo, en 1905, que murió hace 25 años (se cumplen hoy), y que se transformó en el gran «protector de los músicos»: San Pugliese.
Santo pagano, antimufa, perseguido político, tanguero, director de una orquesta típica con una síncopa inconfundible. Querido por todos. Osvaldo Pugliese fue una pieza fundamental en la historia del tango, de su tradición e, incluso, de su vanguardia. Porque, sin saberlo, haría escuela en una muy joven camada de músicos del tango surgida con el nuevo milenio. En el arte, vanguardia no es solo experimentar y revolucionar, también es aquello que alguien vislumbra discretamente y que otros reconocerán mucho tiempo después. Don Osvaldo, que, a primera escucha, podría ser parte de la orientación clásica del tango, se adelantó para dejar que esa generación tanguera del nuevo milenio lo descubriera y se sintiera identificada con su estilo, con la potencia de su «yumbeado» y construyera, a partir de ahí, un camino propio.
El reconocimiento le ha llegado incluso de grandes músicos que supieron valorar su tarea muchos años después de haber trabajado con él. «Siempre digo que en algún momento sentí que si algo bueno me había pasado era haber integrado esa orquesta. Porque de esos años recibí la esencia más pura y descontaminada, lo que más hace a mi formación -explicaba a LA NACION el bandoneonista Rodolfo Mederos, en 2005, al cumplirse el centenario de nacimiento de Pugliese-. Aunque no lo comprendí hasta tiempo después de haber dejado la orquesta, por suerte pude charlarlo con Osvaldo. De otro modo lo hubiera sentido como una deuda. Un día lo llamé y fui a su casa. Me dedicó toda la tarde. Hablamos de cosas diversas: de música, del ser humano, de la sociedad. Le mostré cosas que estaba haciendo y, en un momento, como yo empezaba a dar clases en la Escuela de Música Popular de Avellaneda, vimos ciertas cosas [de su estilo]. Esa tarde fue muy pedagógica. Después se quedó tocando tangos para mí. Fue una imagen muy fraterna o paterna. Si yo me he sentido así, ¿por qué no otros?»
¿Por qué no? Quizás lo paternal también sea parte de la construcción del santo y del antimufa, como es considerado desde mediados de los noventa. Se ganó el respeto de sus fans, pero también de los que llegaron al tango después de su muerte. De la mayor parte del ambiente artístico y hasta de algún comisario que, en una de sus varias entradas a la comisaría por su filiación comunista, le pidió disculpas y luego indicó a sus subordinados: «Me tengo que ir. Por favor, al Maestro le dan lo que él les pida».
Respeto y admiración, en una estampita que comenzó a circular en 2001, en el Festival Buenos Aires Tango, como una simple acción (¿poética? ¿religiosa?). Esa que decía«San Pugliese – Protector de los músicos» y mostraba su imagen junto a un clavel rojo, para evocar el gesto de colocar esa flor sobre el piano cada vez que Osvaldo no podía tocar porque estaba preso por sus ideas políticas (pero su orquesta sí lo hacía, con la flor sobre el teclado).
Respeto y admiración, magistralmente resumida en el poema «A Don Osvaldo Pugliese», que le dedicó Lucho Schwartzman y que el actor Luis Brandoni recitó en el mítico concierto que Pugliese y su orquesta dieron en 1985, en el Teatro Colón.
Hay hombres genuinos que caminan la noche de Buenos Aires. / Hay valientes creando en medio de opresiones. / Hay quienes, guardando ternura, millones de pájaros amantes, esconden fortalezas necesarias. / Y muestran al otro, al semejante, cómo se puede con la vida, cómo se dura con la idea. / Cómo se templa con la lucha./ En este piano se va a sentar un hombre con el único delito del amor / de la verdad impostergable. / Un hombre de rara melodía: insobornable. / Un hombre de barrio y rascacielos. / Un hombre muchas veces de notas entre rejas y fiero carcelero / Un hombre encendido de mañanas, de canto callejero. / En este piano se va a sentar un hombre con el mágico misterio de jugarse entero. / Andador incesante sin el miedo, / aliento sin bostezo, / marcador de esperanzas, / perseguidor de abrazos. / Anda simple, con el adorno de la brisa. / Camina natural, como la lágrima y la risa. / Fecunda cantos, cielos, emociones. / Tiene raíz que no abandona. / Acento raro. de puro de sincero. / Quisieron silenciarlo. No pudieron. / Viene de estirpe inclaudicable. / Dice un tango y lo perdura. / Es el sonido de generaciones. / Tiene la magia desde adentro. / En su dulce sonrisa se descubre «Yumba» pueblerina. / «Mariposa» de colores, fuente cristalina. / Niño siempre vivo. / En este piano se va a sentar un hombre cuyo solo nombre significa / que la idea de luz, coraje, y sentimiento / retorna indestructible con los tiempos. / Respeto, respeto: Es este piano se va a sentar Pugliese, que es como nombrar al pueblo.»